Conferencia de la Alianza Progresista
del 10 al 11 de noviembre de 2017, San José, Costa Rica
¿Vivir con máquinas?
Innovación y justicia social
El avance tecnológico representa uno de los factores con mayor influencia en el desarrollo social de las últimas décadas. Nuevas tecnologías han provocado profundos cambios en la comunicación, la producción y la distribución de mercancías. En mayor medida que todo lo demás, ha sido sobre todo la tecnología de la información la que ha fomentado el desarrollo de la economía mundial, integrando los mercados existentes y abriendo nuevos.
En los próximos años el desarrollo tecnológico no disminuirá su dinamismo y personas, objetos, procesos, servicios y datos quedarán conectados por medio de redes. En esa visión, el Internet terminará fusionando el mundo real y el virtual. Con la “cuarta revolución industrial” se pretende que los ciclos de innovación sean aún más rápidos, su alcance y penetración aún mayores, y la interrelación e integración de las diferentes tecnologías –de la información, la biotecnología y nanotecnología– funcionen aún mejor. La digitalización seguirá avanzando y con ello las máquinas asumirán cada vez más actividades en salas de producción y centros de prestación de servicios, desde Londres hasta Daca. Se crearán nuevos productos y modelos de negocios, mientras que las formas de organización y factores de producción tradicionales perderán importancia o desaparecerán y las cadenas de creación de valor se reconfigurarán.
La evolución y extensión de las tecnologías de la información albergan grandes esperanzas. Instrumentos basados en Internet están en el centro de atención, incluso fuera de los reducidos círculos de expertos: así, por ejemplo, la impresión tridimensional que en el futuro permitirá la producción local de bienes en cualquier lugar en el mundo, o los cursos a distancia por Internet de cobertura global –abiertos a todo el mundo– podrán ampliar el acceso libre a un vasto espacio formativo y contribuirán a democratizar la educación. Especialmente en el Sur global, tecnologías accesibles para muchas personas y adaptadas a las necesidades locales podrían ayudar a solucionar problemas de desarrollo. Estas tecnologías adaptadas deberían ser sistemas cuidadosos con los recursos, duraderos, flexibles y abiertos, ofreciendo la posibilidad de mantenimiento y control local. Un requisito, a su vez, es que el mayor número posible de personas no sólo consiga acceso a las tecnologías (de la información) sino que las mismas permitan impulsar también nuevos desarrollos socioeconómicos que beneficien a todas las personas y promuevan nuevas miradas del desarrollo realmente alternativas a las predominantes.
Si las innovaciones serán suficientes para desencadenar un nuevo ciclo de productividad y crecimiento, es algo muy discutido. Muchas cosas siguen siendo más visión que realidad. Pero en estos momentos ya se observa que esta evolución cambiará profundamente no sólo nuestra forma de hacer negocios, sino también nuestro mundo laboral y nuestra convivencia social en su conjunto. La introducción de nuevas tecnologías siempre ha sido ambivalente: la otra cara del avance tecnológico se hace patente en asuntos clave como la vigilancia omnipresente, la violación de la privacidad y en cuestiones éticamente complejas, como en el campo de la biotecnología o en una evaluación incierta de las consecuencias de las tecnologías.
El desarrollo económico de los últimos 30 años también ha generado un enorme impulso tecnológico y simultáneamente una extrema desigualdad. El camino hacia la “segunda era de las máquinas“(Erik Brynjolfsson/Andrew McAfee) podría agravar los problemas de distribución ya que habrá una destrucción masiva de puestos de trabajo rutinarios como fruto de la automatización, sobre todo en los países industriales y emergentes. Hay una fuerte polarización de los mercados laborales, una intensificación de la desigualdad entre personas con alto y bajo nivel formativo, pero además se está creando una “economía de las superestrellas” en la que algunos pocos individuos dominan mercados enteros.
Si se analiza la situación en el Hemisferio Sur, vemos que el desarrollo que se ha producido hasta la fecha es, por lo menos, ambivalente. Por una parte, las tecnologías digitales se extienden y avanzan con rapidez también en los países en vías de desarrollo. Tres cuartas partes de la población mundial cuentan con acceso a tecnologías de comunicación modernas y hay más hogares que disponen de teléfonos móviles que de agua potable limpia y electricidad. El smartphone seguramente se convertirá en pocos años en un producto universal de la humanidad – el primero de la industria tecnológica. Por otra parte, el dividendo digital, es decir, los resultados positivos del desarrollo que podría conllevar, como crecimiento, puestos de trabajo y mejores servicios públicos, hasta la fecha es más bien moderado y casi seguramente estos dividendos se distribuyen con la misma lógica que los del capital financiero. Así, los magníficos beneficios de las tecnologías digitales se generan, sobre todo, para las clases más pudientes y con mejor nivel formativo aún cuando “la comunicación” sí tiende a universalizarse.
Hasta ahora, la mano de obra barata era considerada un importante catalizador para el proceso de recuperación de muchos países en vías de desarrollo. Este factor pronto podría perder su importancia; al día de hoy ya se observa que la progresiva automatización de sectores industriales completos no solo repercute en los mercados de trabajo nacionales, sino que también podría volver a reconfigurar la geografía comercial, económica y cultural. Si en el futuro los salarios ya no son el factor decisivo para la creación de empresas en un lugar determinado, la proximidad a los mercados volverá a ser un factor más relevante. Los países emergentes y en vías de desarrollo podrían verse, por lo tanto, afectados por la “industria 4.0” en aún mayor medida que los países industrializados mismos.
Las cuestiones de la tecnología y la igualdad, por lo tanto, están estrechamente interconectadas y se hace necesario en esta conferencia responder a las siguientes preguntas: ¿Cómo se distribuirán los beneficios de la eficiencia? ¿Quién tiene acceso a la tecnología? ¿Qué necesidades satisfacen? ¿Y para quién? Y ¿quién tendrá la facultad para decidir sobre ello? Y la más importante, ¿cuáles son las regiones del mundo se verán ambiental y socialmente más afectadas por la extracción de los recursos para la producción de las nuevas tecnologías? ¿Seguiremos interviniendo en el planeta aplicando las mismas “reglas” de producción y distribución de daños y beneficios?
¿Carrera contra las máquinas? …Innovaciones socials
No debemos cerrar los ojos ante las innovaciones tecnológicas, pero tampoco debería ser un tabú pensar sobre cómo podrá desplegarse el potencial social de las tecnologías y cuáles son las condiciones adecuadas para ello. Al fin y al cabo, la tecnología no es una fuerza autónoma, son las personas las que la desarrollan y la utilizan.
El avance de la tecnología puede servir para consolidar el poder y optimizar el beneficio económico, puede facilitar la vida de las personas, así como su trabajo y su participación en la sociedad. Pero también genera daños e impactos. El desarrollo técnico nos brinda una oportunidad para volver a tomar las riendas en muchos asuntos, pero también puede provocar que los límites entre el trabajo y la vida privada se desdibujen cada vez más, mientras que los niveles de estrés aumentan rápidamente.
En definitiva el hecho de que el capitalismo de las máquinas actualmente no goce de un gran prestigio, no se debe a las máquinas. La cuestión de la innovación no es sólo un asunto de la tecnología. Quien pretende aprovechar las oportunidades de la creciente digitalización tiene que reconocer su potencial social global.
Las innovaciones técnicas, por lo tanto, deben ir necesariamente de la mano de innovaciones sociales y de la protección de los recursos naturales y los servicios ecosistémicos en el tiempo. Es decir, nuevas prácticas para superar los desafíos sociales y los que nos impone el cambio climático.
Por ello, sobre todo la izquierda política, debería temer menos a los aparatos técnicos y reflexionar más sobre el uso social de las tecnologías. El debate sobre la pregunta de lo qué significa la digitalización para las personas y nuestras sociedades hasta la fecha se sido bastante limitado: ¿Dónde se esconden los riesgos? Pero también, ¿dónde están las oportunidades para el avance social y económico de todas las naciones?¿Quiénes cargan con los daños relacionados con los avances tecnológicos?
Es, por lo tanto, un cometido para los partidos socialistas, progresistas y socialdemócratas desarrollar y promover políticas que combinen innovaciones tecnológicas y nuevos conceptos sociales, climáticos y de un desarrollo que deberá ser sostenible. Sólo de esta forma será posible que la política y la sociedad no se conviertan en instrumentos del cambio sino en sus diseñadores. Se trata, en definitiva, de cómo podrá desplegarse el potencial social y democrático de las tecnologías y cuáles son las condiciones que se deben establecer para ello. Las innovaciones sociales tienen por objeto que las sociedades se beneficien y que las mismas sean más sostenibles y justas. Y que ello ocurra como resultado de procesos participativos y eficientes. Las innovaciones sociales son inclusivas, es decir, extienden los derechos, las exigencias y los accesos al mayor número posible de grupos de la población; colocan a la persona en el centro y preguntan cómo podrá beneficiarse el mayor número posible de personas de los desarrollos tecnológicos, pero también qué habilidades necesitan para gestionar el cambio. Y finalmente colocan la creación de redes sociales, la comunicación y cooperación entre todos los intervinientes en el centro de la atención. Las innovaciones sociales pueden plasmarse también en nuevas leyes, pero sobre todo lo hacen en procesos organizativos, instituciones, comportamientos o métodos. Sin estas innovaciones las personas entrarán en una competencia con las máquinas lo cual sería perjudicial para el individuo y las colectividades y frenaría el desarrollo social en su conjunto.
Los campos más importantes para las innovaciones sociales son las áreas del trabajo y de la formación, la recreación, el fortalecimiento de la democracia, la preservación de la diversidad cultural de la humanidad, el apoyo a transiciones justas, así como la protección de datos y la privacidad de las personas.
Progreso social y tecnología
Sin progreso social las innovaciones sociales no pueden implementarse. Es que el determinante para una mayor extensión de las tecnologías modernas de comunicación no son sólo los factores “duros”, como una infraestructura física estable y amplia, acceso al mercado y precios asequibles, sino también los factores “blandos”, como el nivel formativo, la educación y la aceptación local de nuevas tecnologías.
El mundo laboral se enfrenta a grandes desafíos que no sólo son la digitalización, sino también la globalización, el desarrollo, el crecimiento demográfico, la migración o el cambio de valores que impulsarán transformaciones que exigen una gestión política y social adecuada.
En este contexto se plantean cuestiones relacionadas con el futuro y el carácter del trabajo en la era digital: ¿Permitirá la digitalización que en el futuro también el mayor número posible de personas tenga un puesto de trabajo? En caso afirmativo: ¿bajo qué condiciones?, ¿qué efecto tendrán los nuevos modelos de negocio como las “plataformas digitales” sobre el trabajo del futuro? Si de aquí en adelante, persona y máquina cooperan de forma aún más estrecha, ¿cómo podrán ayudar las máquinas en ese entorno para constituirse en un apoyo y contribuir a la capacitación de las personas en el proceso laboral? ¿Cómo podrá configurarse un mundo laboral flexible que corresponda a los intereses de los trabajadores y las trabajadoras? ¿Cómo podrá garantizarse la participación en las empresas y en los puestos de trabajo?
Además de la automatización de los puestos de trabajo, otros desafíos son la transformación de profesiones y actividades laborales, así como un desplazamiento de actividades de unos sectores a otros. Los cambios bruscos en el mundo laboral generan inequidad y pobreza y ello es un fenómeno históricamente demostrado, por eso requerimos planificación de la inversión en educación formal y continua para asegurar la igualdad de condiciones que garanticen una inversión temprana para mejorar las cualificaciones, asegurar una formación continua, pero también garantizar una protección social y ambiental que incluya las nuevas formas del trabajo.
Las posibilidades de participación y de intervención democrática en el diseño de las condiciones de trabajo son un requisito básico para que la transformación estructural y digital pueda ser acompañada de medidas que aseguren la justicia social.
Protección de datos
Nuestros datos digitales son la materia prima más importante del futuro. La protección y seguridad de los datos son, por lo tanto, tareas centrales en un mundo digital. Habrá que encontrar estándares comunes para la seguridad de los datos en las empresas, la protección de los derechos de autor, de la privacidad o el “derecho al olvido”.
También en este contexto no se trata únicamente de soluciones técnicas ya que la seguridad empieza con el ser humano. Por medio de ofertas de información y formación ya en la edad escolar se aprende una gestión reflexionada y competente de los datos personales.
Participación y comunicación
La creciente penetración de la tecnología en casi todos los ámbitos de la sociedad provocará una serie de conflictos entre los que figuran tales como la justa distribución de la riqueza, cuestiones de carácter ético y el principio de la libre competencia, entre el deseo de contar con mercados abiertos y la necesidad de proteger las innovaciones, así como entre el derecho a la privacidad y la necesidad de mecanismos de control. La aceptación social de nuevas tecnologías se está convirtiendo claramente en una condición previa para la implementación de innovaciones.
Por lo tanto, innovación social también significa extender el debate sobre las tecnologías que de momento más bien ocurre en los círculos cerrados de actores gubernamentales y empresariales y llevarlo a la sociedad que es dónde se deben debatir estos temas. Sólo con un debate transparente y público sobre nuevas tecnologías se puede lograr la aceptación de las mismas y contribuir a decisiones que se tomen a partir de una amplia información de la sociedad.
Las innovaciones sociales se generan también y sobre todo mediante el diálogo. Por ello, este diálogo con la sociedad deberá convertirse en un elemento obligatorio de cualquier investigación e innovación. Es necesario crear más espacios donde pueda haber una discusión y un intercambio sobre los objetivos políticos y tecnológicos y acerca de cómo enlazar ambos objetivos. Se trata de espacios en los que la tecnología sea adaptada a las necesidades de las personas, se reduzcan los impactos ambientales y climáticos asociados, la utilidad de la tecnología para el ser humano esté en un primer plano y donde se recluten profesionales que tengan las capacidades humanas necesarias y se dediquen a proyectos tecnológicos que sirvan al interés común.
Asegurar transiciones justas
Tanto a nivel regional como global, la digitalización generará nuevos ganadores y perdedores. Diseñar transiciones justas significa preguntar en los procesos concretos cómo se pueden evitar desigualdades y quién va a pagar el proceso de reestructuración y las posibles fricciones.
Precisamente entre las personas asalariadas hay muchas que han sufrido y experimentado situaciones en que los diferentes cambios estructurales de las últimas cuatro décadas se han impuesto casi siempre sin su participación y en contra de sus intereses económicos y a menudo existenciales. Muchas industrias que se verán afectadas por las transformaciones, aseguran hoy puestos de trabajo y el sustento para muchas personas.
Por eso, una transición justa debe asegurar tres metas globales: el mantenimiento de las condiciones de vida necesarias en todo el planeta, la creación de puestos de trabajo en nuevos sectores y ayuda directa y concreta para los afectados por la transformación estructural. Esto incluye el estudio y la evaluación temprana de las consecuencias ambientales, climáticas, sociales y laborales de los procesos de transformación, así como la adopción de medidas de educación y formación adecuadas y la ampliación de los sistemas de protección social.