Los numerosos ciudadanos y organizaciones que atienden aquí, en Europa, a los refugiados o se ven confrontados con cuestiones de asilo e inmigración tienen que tener una gran capacidad de sufrir y aceptar la frustración. Y quien se atreva a enlazar todo ello con la defensa de los Derechos Humanos y la exigencia de implementarlos precisamente también en la vida cotidiana, debe de tener una buena dosis de masoquismo o al menos resistencia a la frustración.
El motivo de ambas afirmaciones está claro: Conseguir avances en estos dos ámbitos con partidos conservadores y de derechas es un trabajo arduo, a veces incluso imposible, porque entre ellos el populismo se estila aparentemente más que los valores o el humanitarismo. Y este hecho no se puede constatar únicamente en Alemania, sino en grandes partes de la Unión Europea. Muchos ciudadanos y ciudadanas luchan contra ello en la sociedad civil, contando con el apoyo de grandes segmentos de otros partidos, como por ejemplo el SPD; sus impulsos constantemente renovados, sin embargo, no son siempre bien vistos.
I. ¿Dónde nos encontramos en la actualidad?
La política de asilo y refugiados alemana y europea todavía parte de la diferenciación históricamente explicable pero desde hace mucho tiempo anticuada de entre refugiados “buenos” y menos buenos: Como motivos aceptados para los refugiados y su protección se consideran la persecución individual o grupal, siempre y cuando exista una de las causas establecidas de forma fija en un catálogo de hechos, especialmente políticos, racistas o religiosos; otros motivos no menos apremiantes para los refugiados, como por ejemplo violencia y represión generalizadas, desesperanza económica o daños medioambientales, no se consideran válidos para el reconocimiento.
En Alemania, la modificación del artículo 16 de nuestra Constitución en los años 90 ha reducido, como es sabido, drásticamente el número de reconocimientos de refugiados; las cifras de los peticionarios de asilo siguen aumentando a pesar de todo, los problemas burocráticos y sus costos también, mientras que apenas se han reducido las exigencias para las personas afectadas que, sin tener posibilidad alguna de reconocimiento, pueden permanecer de forma duradera por los motivos más variados.
La disuasión de los refugiados sigue marcando la política: Aunque el trabajo incansable y las reclamaciones de los activistas de los Derechos Humanos y de los ciudadanos que quieren ayudar, en ocasiones han conseguido algunas mejoras: Así existen comisiones para casos de especial dureza que intentan hacer lo que puedan. Se acoge también a refugiados, por ejemplo de Siria – pero su número en relación con el total de necesitados de ayuda de esta región sigue siendo relativamente bajo. Resulta satisfactorio ver cuántas personas comprometidas quieren ayudar y cuidar – y lo hacen. Pero la prohibición de trabajar, las limitaciones de la movilidad so pena de sanciones, la detención previa a la expulsión, inseguridad de ser sólo tolerados, las expulsiones y devoluciones y, sobre todo, una y otra vez, los ataques públicos irresponsables de políticos conservadores, como recientemente contra el asilo eclesiástico, fomentan el rechazo, los prejuicios y el populismo, intensificando de esta manera el problema en lugar de ayudar.
El cuadro de la política comunitaria presenta colores igual de turbios: Se dedica – con la participación activa de Alemania – a extender la fortaleza de Europa. Todavía no existen normas para la inmigración y reglas razonables para la distribución de las cargas. Pero al menos se permite al Papa, como se ha comunicado de forma impresionante en todo el mundo, rezar en Lampedusa por los refugiados ahogados y consolar a los refugiados confinados en el campamento y la población al borde del aguante, pero esto no cambia la cancelación de los fondos comunitarios para el programa de salvamento “Mare Nostrum” u otros programas de auxilio. Y cada día siguen ahogándose en el Mediterráneo personas desesperadas, que muchas veces habían entregado su último dinero a traficantes criminales de inmigrantes para que les ayudaran a llegar a Europa. Sería posible salvarlos
II. ¿Y los Derechos Humanos?
Para todos aquellos que tomen los Derechos Humanos en serio, es decir, que no los utilicen como instrumento cómodo para las relaciones públicas y elemento decorativo para discursos domingueros, todo esto resulta difícil de soportar. Los demás europeos, que no se ocupen de forma preferente de las cuestiones de los Derechos Humanos, quedan cada vez más insensibilizados, porque aprecian cada día que aquella afirmación que los Derechos Humanos son el corazón de los “valores occidentales” o “europeos” no puede ir muy en serio, por lo menos no para los refugiados que pretenden llegar a Europa en busca de un futuro para ellos y sus familias.
¿Cómo seguir? ¿Qué cambiará? ¿Evitará la política actual el aumento del número de refugiados? No hay elementos que lo indiquen, cabe esperar más bien un desarrollo en el sentido opuesto si no somos capaces de iniciar cambios mucho más profundos:
El número de conflictos que fuerzan a las personas a huir está aumentando en los últimos años y – por lo que sabemos hoy – seguirá creciendo también en el futuro. Y esta afirmación no vale sólo para África o el Oriente Medio sino también para regiones con conflictos en Europa, como la cuenca del Donéts o zonas en algunos Estados balcánicos. Además, los problemas medioambientales y económicos agravan las crisis aún más y seducen a políticos irresponsables en partidos y gobiernos a excursiones populistas o la discriminación de minorías, alimentando de esta manera las tendencias de optar por la huida del país.
A ello se suma que precisamente en numerosas regiones en conflicto en todo el mundo la población experimenta un crecimiento intenso. Un número cada vez mayor de jóvenes comprensiblemente busca opciones de trabajo y perspectivas que en sus países no pueden satisfacerse. Ni siquiera en países en los que las élites no son corruptas y cuyos gobiernos se esfuerzan seriamente por conseguir mejoras y oportunidades.
Todos observamos entretanto que grupos y organizaciones obsesas con el poder de diferentes ideologías y con consignas religiosas que sirven de pretexto pueden arraigarse en un número creciente de regiones en situación de riesgo. Ellos también fuerzan con violencia y terror cada vez más a las personas a huir. Y el miedo a ataques terroristas se extiende también en Europa.
Naturalmente es preciso luchar contra estas agrupaciones – en la defensa contra el terrorismo se invierte mucho dinero y mucho know-how político. Naturalmente hay que intentar también evitar que jóvenes sigan estas bandas y se integren en ellas. Una expectativa de éxito, sin embargo, sólo existirá si se consigue hacer entender a los jóvenes pertenecientes a grupos de inmigrantes que sus esperanzas de integración y reconocimiento en Europa si pueden hacer realidad, y cuando el gran número de jóvenes sin esperanza ni futuro en los enormes campamentos de refugiados en África ya no estén disponibles para el reclutamiento, sino perciban una perspectiva para su vida. Hasta ahora no la tienen.
Entonces ¿qué habrá que hacer? Los intentos de la política en Europa de modificar el derecho a asilo de forma razonable, de crear reglas europeas razonables para el reparto justo de las cargas, así como de fortalecer la integración y crear normas modernas para la inmigración resultan todos correctos y es necesario volver a exigirlos una y otra vez. Su implementación sin más dilación es primordial. Pero no serán suficientes. Además, la política y la opinión pública en Europa no podrán contentarse con los lugares comunes habituales y complacientes en relación con la lucha contra las causas de la huida si realmente quieren evitar que se genere un número cada vez mayor de movimientos de refugiados y migraciones que, en la era de la comunicación global, llegarán también a Europa a pesar de todas las medidas de defensa y disuasión.
Más bien será necesario revisar, aparte de la política de refugiados e inmigración, también otras áreas centrales de la política para verificar cómo y dónde se fomentan conflictos, provocando o intensificando, en consecuencia, flujos migratorios y de refugiados. En estos ámbitos habrá que introducir cambios rápidos y profundos:
Conclusión: Nuestra política tiene que reorientarse: Los futuros problemas de refugiados y cuestiones de los Derechos Humanos siguen en la actualidad marcados precisamente por una política económica equivocada, una política medioambiental no suficientemente consecuente y una política armamentística que todavía depende demasiado de la economía. Y tanto Alemania como la Unión Europea están implicados. Alemania y Europa no se pueden mantener al margen, y los socialdemócratas, que reivindican la concepción de la globalización en el interés de la perspectiva para la vida de las personas, aún menos. Normas más humanas para el asilo, reglas de inmigración razonables y la valiosa ayuda y dedicación de muchos ciudadanos y ciudadanas pueden y deben asegurar que la humanidad y el sentido de los Derechos Humanos no se pierdan por completo. Sin cambios políticos fundamentales, sin embargo, no podrán conseguirlo.