Por Margarita Bolaños Arquin, Costa Rica
Las consecuencias de la pandemia del COVID-19 auguran el declive de un ciclo civilizatorio que centró el crecimiento económico en la apropiación despiadada de los recursos naturales, la capacidad productiva del trabajo humano y los conocimientos de los pueblos como mecanismos para acumular riquezas exorbitantes en muy pocas arcas.
Suponíamos, con fundamentación histórica, que en algún momento cercano pero incierto, la naturaleza y los millones de “rezagados” del sistema capitalista no aguantarían más y encontrarían la ruta para su transformación. Esta requeriría un nuevo pacto social, animado por el desarrollo sostenible, la inclusión social y los derechos humanos.
Pero sin previo aviso, un desconocido virus, aparecido en China, provocó sorpresivamente un cataclismo sanitario y económico global sin precedentes. ¿Cómo iba a ser imaginable que, junto a China, las poderosas potencias de occidente y los demás países del mundo temblaran ante un virus, polizonte de transeúntes globales?
La enfermedad no discrimina entre clases, género, raza o nacionalidad, pero avanza siguiendo la huella de los viajeros globales. De tal manera, ante la ausencia de una vacuna, junto a técnicas higiénicas y aislamiento social ha sido igualmente necesario cerrar las fronteras que con tanto empeño los neoliberales abrieron al forjar los sistemas multinacionales bajo la hegemonía de las grandes potencias mundiales: la institucionalización de la globalización (FMI, BID; ALCA, CAFTA, OCDE, OMC, etc.).
La crisis es siempre una oportunidad para encontrar nuevos y mejores rumbos, y había signos diversos de que se caminaba hacia ella, particularmente por las disputas cada vez más subidas de tono entre gigantes económicos. No obstante, con sorpresa vemos cómo la aparición del COVID-19 desencadena una serie de medidas inusitadas, en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana. Tan súbitos e inesperados han sido su origen y su rápido alcance planetario que ha evidenciado la total incapacidad de los organismos multinacionales y del mercado para regular las tensiones, generar equilibrios y manejar la crisis económica que se ha desencadenado. Las redes globales se reventaron sin alerta previa, como cables de alta tensión en un charco de agua, serpenteando sin dirección. ¡Sálvese quien pueda!
Desprevenidos y aislados en nuestras fronteras y en nuestras casas, nos toca ahora asumir el compromiso de reinventarnos como sociedad, a partir de una nueva conciencia colectiva de nuestra vulnerabilidad, interdependencia y fuerza del actuar solidario, principal enseñanza de la actual crisis.
En Costa Rica se ha venido forjando, no sin dificultad, pensamiento y acciones que hoy surgen como las mejores alternativas para enfrentar con acierto estos tiempos de crisis mundial con medidas basadas en la equidad, la economía solidaria, el cuido y uso responsable de nuestras riquezas ambientales y culturales comunes, la práctica de los derechos individuales y colectivos. Hoy más que nunca ha quedado en evidencia la necesidad de contar con un Estado fuerte, eficaz y transparente que, a través de la política pública y el quehacer de sus instituciones, satisfaga las aspiraciones de su pueblo. Esto debe ser rescatado y fortalecido.
La paralización económica que ha causado la crisis del COVID-19, el desencadenamiento de la economía global producto de las medidas sanitarias urgentes y la recesión que de ello derivará en el muy corto plazo, obliga a redimensionar el valor del mercado interno y sus encadenamientos intrarregionales, la significación de la autosuficiencia alimentaria y por tanto el fortalecimiento de la producción agropecuaria, la industria local, los emprendimientos turísticos sostenibles y las formas alternativas de comercialización y redistribución, dentro del paradigma de la sostenibilidad, frente a un capitalismo en crisis, depredador y generador de desigualdades crecientes. No hay otra forma de derrotar la avaricia de los mercados y los intereses financieros que hoy evidencian sus límites y sus consecuencias nocivas sobre los ecosistemas y los derechos de las mayorías.
La crisis es período de reacomodo: las fuerzas del capital aspirarán a recuperar terreno a partir de modelos aún más centralizados, aprovechando la destrucción de capitales y mercados en la actual coyuntura. Frente a esta fuerza, cabe reivindicar otras alternativas, es igualmente posible su posicionamiento en los tiempos que vendrán, si en torno a ellas se agrupan fuertes alianzas de actores públicos y privados comprometidos con la justicia social, el progresismo económico y la convivencia democrática.
Insistimos en que este remezón planetario que estamos viviendo obliga a poner la mira en la construcción de alternativas que consideren un cambio profundo de nuestra relación con la Naturaleza, una nueva concepción de nuestra salud y nuestro cuerpo, una relación de respeto con las diferencias culturales y una nueva espiritualidad basada en la equidad, la inclusión, la solidaridad y el respeto a las individualidades en un contexto de libertad y autodeterminación.
Menuda tarea, sí. Pero no podemos dejar que este sistema económico tan nocivo se recomponga y cobre fuerza a costa de mayor sacrificio humano y deterioro de los recursos naturales. Los augurios apocalípticos que predican falsos profetas solo sirven para inhibir la capacidad de las colectividades para trabajar en función del bien común, sin discriminación alguna.
Como país nos toca definir en democracia cuáles son nuestras prioridades para enfrentar no solo la pandemia, sino el reacomodo de los mercados y los sistemas financieros a futuro, pues si se perpetúa la condición imperante se profundizarán las condiciones de desigualdad y pobreza en el mundo. Eso pasa por fortalecer las instituciones del Estado y sus programas sociales para un desarrollo con equidad, una estructura tributaria justa y progresiva que le dé contenido económico a las acciones que fortalezcan el bien común, coordinación institucional eficiente y con objetivos de largo plazo, así como la redefinición de las relaciones internacionales y comerciales que centre el desarrollo en el uso sostenible de los recursos naturales y la equidad.
No podemos entonces, desaprovechar una oportunidad de salir fortalecidas las mujeres de la crisis y coadyuvar en la construcción de un nuevo orden nacional y mundial.