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Resolución de Penang – Crecimiento e inclusión

La clave para sociedades resistentes y democráticas

1) Las promesas rotas del neoliberalismo: los retos a los que nos enfrentamos

Desde los años 80 hasta la crisis económica y financiera la creencia en el mercado era predominante. En algunos casos la liberalización del mercado ha conducido a elevadas tasas de crecimiento y ha permitido sacar a millones de personas de la pobreza, como se ha podido ver en China y la India, probablemente dos de los casos más claros. El milagro asiático ha sido utilizado por algunos como argumento para demostrar la ventaja de un Estado desarrollista autoritario en las primeras etapas del desarrollo. En este sentido, China constituye el ejemplo más notorio de compromiso entre la libertad política y social y el desarrollo económico. No obstante, estos países también revelan hasta qué punto las promesas de la democracia pospuesta y del neoliberalismo no han llegado a materializarse. Así mismo, en otros países del planeta se han sacrificado o reducido los intereses sociales en beneficio del crecimiento económico. En la actualidad resulta claramente evidente que el modelo neoliberal no es sostenible.

Desigualdad: no un mal necesario, sino una amenaza esencial para el desarrollo

En primer lugar, está la cuestión de la creciente desigualdad en muchas regiones, que debilita la cohesión social y los propios cimientos de la gobernanza democrática. Esto ha alcanzado niveles inauditos hasta el momento y ha conducido a un desequilibrio extremo entre el poder político de las multinacionales –especialmente del sector financiero– y otros grupos de la sociedad. Al mismo tiempo, ha creado de hecho una pequeña élite globalizada, que apenas siente la responsabilidad de compartir su riqueza con el resto de la humanidad. Tanto en los espectaculares casos de los miles de millones depositados en paraísos fiscales, propiedad de las familias de los funcionarios de la República Popular China o de corporaciones estadounidenses y europeas, como en las abstractas cifras técnicas de coeficientes de Gini que van en aumento tanto en Europa como en Asia, resulta evidente que los más vulnerables fueron los que más duramente se vieron afectados por la crisis económica.

Esto no solo es perjudicial para el bienestar general y la cohesión social de las sociedades afectadas, sino que también conduce a una drástica polarización de las políticas nacionales e internacionales. A menudo, el incremento de la brecha de la riqueza y el constante aumento de las desigualdades dan lugar a conflictos étnicos y religiosos, ya que permite a populistas explotar para sus propios fines el creciente sentimiento de injusticia.  La desigualdad aviva asimismo el nacionalismo, ya que los regímenes cuya legitimidad está en declive culpan a unos supuestos enemigos exteriores de las consecuencias de sus propios errores. Por consiguiente, la desigualdad también compromete la cooperación y la paz dentro de los Estados, tal y como vemos en muchos lugares.

Por otra parte, la creciente diferencia entre los pequeños grupos de personas que poseen la riqueza y las crecientes masas en los estratos más bajos de la sociedad hace que la promesa meritocrática del capitalismo resulte cada vez más vacía, ahoga la creatividad y la innovación y cuestiona las perspectivas de desarrollo en general.

La democracia bajo presión

No obstante, las estrategias de crecimiento que siguen prevaleciendo, con una mínima intervención del Estado, bajos tipos impositivos y débiles sindicatos, no se han limitado a empujar la desigualdad hasta nuevos récords históricos. Al no fomentar la educación, el progreso social ni el crecimiento inclusivo, estas estrategias también han contribuido a incrementar la presión sobre los gobiernos democráticos en algunas partes del mundo. De este modo, otra promesa del neoliberalismo –el que los mercados, las libertades políticas básicas y la gobernanza participativa siempre van de la mano– ha quedado claramente refutada. En muchos países el autoritarismo neoliberal de éxito en la actualidad recorta los derechos humanos dentro de sus fronteras, a la vez que hace la corte a los inversores extranjeros. Este tipo de tendencias abundan desde Tailandia a Birmania, pasando por Etiopía, países donde los defensores de la democracia y de los derechos humanos se enfrentan a arduas luchas cada vez más difíciles. Esta crisis de la democracia afecta a todos los miembros de las sociedades en cuestión. Aunque, de nuevo, perjudica de forma desproporcionada a los pobres, quienes solo pueden expresar sus preocupaciones y defender sus intereses a través de su voto, las huelgas y las publicaciones libres en las redes sociales. Esta realidad, combinada con la desigualdad, hace que la presión que se ejerce en la actualidad sobre los principios democráticos en muchos países sea aún más preocupante.

Crecimiento económico, aunque sin aire para respirar

Por otra parte, los enfoques neoliberales del pasado han fracasado a la hora de abordar de manera efectiva los problemas de la degradación del medioambiente y del cambio climático. En muchas partes del mundo esto se ha convertido en mucho más que un problema que solo preocupa a grupos ecologistas marginales. La reducción de los bosques, la desaparición de ríos y lagos, la falta de acceso a agua potable e incluso a aire limpio se han convertido en algo habitual en muchos lugares, de Delhi a Yakarta y de Lagos a Sao Paolo. Pero mientras que los ricos normalmente encuentran formas de vivir con las consecuencias –mudándose a los barrios periféricos, viajando en coches climatizados, importando comida y agua limpias de otras regiones–, los pobres tienen que hacer frente a todo el impacto de los problemas medioambientales. Además, son ellos los que cargan con los peores efectos del cambio climático, y los que menos se benefician del modelo de crecimiento que los ha causado.

Aumento de los riesgos macroeconómicos

Por último, el modelo neoliberal falla cada vez más en relación con su característica esencial: la promesa de lograr las mayores tasas de crecimiento económico posibles durante un largo periodo de tiempo. Las numerosas crisis de los últimos veinte años ya de por sí cuestionan esta afirmación –y la crisis más espectacular de dicho periodo empezó en 2008 y aún no ha acabado. En esta crisis las pérdidas privadas se socializaron a una escala ingente, mientras se permitía que los responsables de las pérdidas quedaran impunes, dado que se asumió que esa era la única manera posible de evitar un daño mayor. Sin embargo, en los últimos meses y semanas, nuevos desequilibrios macroeconómicos están amenazando la prosperidad mundial. La burbuja inmobiliaria y crediticia en China, los riesgos de una nueva crisis de deuda en el Sudeste Asiático vinculados con el probable incremento de los tipos de interés estadounidenses, así como la grave situación de las economías atrapadas por la austeridad en Europa, son indicios claros de que el modelo de crecimiento en el que los mercados y la competencia imperan sobre la solidaridad y la acción colectiva ha alcanzado sus límites. Ahora es necesaria una aproximación nueva e inclusiva al crecimiento que permita el desarrollo pacífico, progresista, sostenible y socialmente justo del planeta.

 

2) El camino a seguir: el crecimiento inclusivo y el progreso democrático

Tras más de veinte años de inquebrantable creencia en la superioridad de los mercados, corresponde ahora al partido de centro–izquierda presentar alternativas y soluciones.

La democratización social: una política social de derechos humanos, y no de caridad ni de patrocinio

Un elemento crucial para que el crecimiento económico sea sostenible e inclusivo es un Estado del bienestar social justo y basado en derechos, con unos umbrales de protección social adecuados y una intervención activa en el mercado de trabajo. En demasiados casos los sistemas de seguridad existentes son simplemente rudimentarios o se utilizan como una manera de ocultar el clientelismo y el patrocinio. En lugar de emancipar a los pobres, muy al contrario, estos sistemas a menudo mantienen su dependencia de los subsidios, a la vez que excluyen a grandes sectores de la población que deberían tener acceso a ayudas sociales.

  • Un sistema progresista de asistencia social debe estar basado en los derechos humanos y ciudadanos, así como en el criterio fundamental de las necesidades económicas del beneficiario potencial. Por lo tanto, la protección social debe ser tratada como un derecho universal, y no como un acto de caridad por parte del gobierno que esté en el poder.
  • Un sistema social completo construido de ese modo debe cubrir los grandes riesgos de la vida, es decir, la salud, el desempleo, la discapacidad y la vejez, así como garantizar una vida digna para todos.
  • También debe permitir a las familias planificar su futuro de forma autónoma y dar a las mujeres un completo acceso al mercado laboral en condiciones de igualdad. Esto solo puede ser garantizado por entidades públicas transparentes y que rindan cuentas, y que se centren en las necesidades de la población y no en la obtención de beneficios. Aunque los proveedores de los servicios públicos deben tratar a sus clientes con un enfoque orientado al servicio, su financiación solo puede estar garantizada por un sólido sistema de tributación universal y progresiva.

Esto no solo contribuirá a superar las luchas étnicas y religiosas dentro de los países, sino que también aumentará la productividad, la seguridad y la salud pública, a la vez que reducirá los riesgos del afán de enriquecimiento y de la corrupción. Al dar a todos la oportunidad de participar en la sociedad, se logrará ante todo empoderar a los desfavorecidos para que puedan participar plenamente en las cuestiones públicas y contribuir a que la sociedad en general sea más democrática.

Democratización política: reclamar libertad para la izquierda

En el pasado, el movimiento progresista internacional ha permitido con demasiada frecuencia que los actores neoliberales y de la derecha se denominen a sí mismos los defensores de la libertad. Esta libertad, sin embargo, es en realidad esencialmente la libertad del capital para cruzar fronteras sin tener en consideración los impactos sociales que dicho movimiento pueda tener. La libertad de los ricos para no pagar impuestos. La libertad de los empresarios para restringir los derechos de los trabajadores a organizarse. Y la libertad de los ricos y bien conectados para que sus intereses definan las políticas del Gobierno. Esto explica que en el Índice de Libertad Económica Singapur y Malasia sean los países en cabeza en Asia, aunque en ninguno de ellos haya tenido nunca lugar una transición democrática del poder, ni haya existido nunca en ellos una completa libertad de expresión ni gobiernos que realmente rindan cuentas al pueblo. De modo que ha llegado la hora de que los partidos de centro-izquierda recuperen la libertad como un valor propio y tomen medidas para que la democracia política sea más participativa y más resistente.

  • Esto incluye un inquebrantable compromiso con la transparencia, la rendición de cuentas, y la lucha contra la corrupción en todas sus formas.
  • Esto significa adherirse a unas elecciones libres y justas y respetar los resultados de dichas elecciones.
  • La libertad de los medios de comunicación y de Internet y la libertad de expresión deben asimismo figurar entre los valores más importantes de todo partido que se considere parte de la izquierda política.
  • Y por último, esto exige el compromiso de incrementar la participación democrática haciendo que la educación sea universal, tanto en los principios como en la práctica de la democracia, y creando nuevos espacios para que el pueblo participe en las decisiones del Gobierno de forma libre, justa y transparente.

Un gobierno bien dirigido, transparente y democrático no solo favorecerá un crecimiento económico sostenible, sino que además es el único garante del que todos podrán beneficiarse de forma justa.

Democracia económica: Estados fuertes e inteligentes al servicio del pueblo

Aunque es cierto que la democratización social y la democratización política son esenciales para el crecimiento inclusivo, el concepto queda incompleto si no se añade la dimensión económica. Para poder alcanzar el crecimiento inclusivo, los partidos progresistas deben, ante todo, devolver la pelota en el debate sobre el Estado. Frente a la afirmación neoliberal de que el Estado es siempre el problema y el mercado la única solución, los partidos de la Alianza Progresista deben responder que unos buenos servicios públicos benefician a los ciudadanos y a las empresas por igual y pueden convertirse en el sostén que permita a todos los ciudadanos emanciparse –tanto a los ciudadanos ricos como a los pobres.

Esto no implica volver a las ideologías del pasado. El control absoluto del Estado puede ser perjudicial para el crecimiento económico y favorecer la corrupción. Pero con un sistema de gobernanza transparente y que rinda cuentas, estos Estados fuertes e inteligentes pueden tener un papel crucial en el progreso económico y social y convertirse así en poderosos instrumentos a favor del bien público. El principal objetivo del sector financiero debería ser el desarrollo de la economía. Y en este sentido, el principal objetivo de la economía debería ser apoyar el progreso social y, por lo tanto, trabajar para la gente. ¡Y no al revés!

Los partidos de la Alianza Progresista deben, por lo tanto, superar su fragmentación y comprometerse a trabajar para el restablecimiento del predominio del Estado sobre las multinacionales (financieras). Esto incluye, entre otras, medidas con el objetivo de:

  • lograr un control efectivo de los mercados financieros,
  • reforzar a los actores sociales, en especial a los sindicatos, para que puedan participar en la determinación de los resultados que sirven al interés público,
  • construir y mantener infraestructuras al servicio de todos, como la red ferroviaria, la red de carreteras y los servicios públicos,
  • apoyar la construcción de viviendas para garantizar que todo el mundo tenga acceso a una vivienda asequible, saludable y de buena calidad,
  • promover una educación accesible y de alta calidad para todos,
  • tomar medidas para que sus economías sean más verdes y hagan un uso más eficiente de la energía, reducir las emisiones de carbono y abordar las consecuencias del cambio climático de forma sostenible.
  • Por último, la democratización de la economía también significa adherirse a un comercio justo al servicio de la gente y no únicamente al servicio de los intereses corporativos. Sería positivo abrir las fronteras al intercambio económico pacífico, aunque nunca a costa de someter la soberanía popular a sospechosos mecanismos de protección de los inversores que se mofan del propio principio del Estado de derecho. Al contrario, los partidos de la Alianza Progresista deben trabajar con vistas a utilizar los acuerdos de libre comercio como herramientas que garanticen que las condiciones de trabajo y los salarios mínimos permitan una vida digna a todos los implicados en las cadenas de valor mundiales.

 

3) Unidos triunfaremos, divididos fracasaremos: puntos en los que todos debemos estar de acuerdo

La esencia del crecimiento inclusivo: una mayor igualdad y la reducción de la pobreza no son subproductos de la prosperidad económica, sino que pueden y deben acompañarla. Las políticas democráticas y transparentes hacen que esto sea posible. Permiten que el Estado sirva a toda la población y empodere a los pobres. Esto no tiene que hacerse restringiendo la innovación y la creatividad. Al contrario, el llamamiento a favor del crecimiento inclusivo se basa en el hecho de que unos buenos servicios públicos ayudan a aumentar la justicia social a la vez que mejoran el entorno empresarial.

 

 

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