La crisis financiera del 2008, y la subsiguiente crisis y recesión en la economía real, afectaron directamente a muchas economías tanto pequeñas como grandes, e indirectamente a gran parte del resto del mundo. Las negativas consecuencias permanecen y se manifiestan tanto en el plano económico como en el social. La recuperación del crecimiento ha sido lenta e incluso ausente en algunas economías duramente golpeadas, y las desigualdades en los ingresos han aumentado tras la caída del empleo. Se han tomado algunas medidas políticas como respuesta dirigidas a incrementar la estabilidad y previsibilidad de los mercados financieros y a evitar desestabilizaciones futuras causadas por cantidades excesivas y volátiles de capital. Reforzar la confianza y la fe pública en la construcción de sociedades progresistas e inclusivas requiere de un diálogo y de decisiones nacionales e internacionales en relación a políticas con un nuevo enfoque.
Alrededor de la mitad de la población trabajadora mundial vive en países que no garantizan el derecho a constituir sindicatos; en muchos países el ámbito cubierto por la negociación colectiva es muy bajo. Además, la crisis económica ha llevado a un deterioro del diálogo social, lo cual debilita las perspectivas de encontrar soluciones compartidas entre el capital y el trabajo.
Los mercados globales se enfrentan a enormes desafíos: debilitamiento de la cooperación social, la mitad de la población activa trabajando en la economía informal, creciente desigualdad de ingresos, niveles de trabajo atípico en aumento, cambios importantes en la cadena de producción, una producción cada vez más fragmentada repartida por todo el mundo…, por mencionar tan sólo algunos.
Éstas no son sólo las consecuencias de los últimos años y de la crisis económica y financiera, sino que son también consecuencia de una mayor movilidad del capital. Estos desafíos afectan al empleo, los negocios, la política y la estructura de sociedades enteras. Estos desafíos afectan tanto a países en desarrollo como a países industrializados. También han establecido nuevos desafíos para el desarrollo de un crecimiento a largo plazo. Para aumentar el nivel de vida y asegurar el éxito empresarial, es crucial encontrar consensos en relación a qué tipo de crecimiento debería impulsarse.
Con el recuerdo todavía reciente de la experiencia de la crisis y de un gran periodo en el que crecimiento se ha visto obstaculizado, tenemos una oportunidad única para aprender de los errores del pasado, corregir deficiencias en el sistema de control y agudizar la capacidad de éxito. Éste no es sólo un gran momento para encontrar consensos entre los diferentes intereses -el capital, el mundo empresarial, los agentes sociales, la sociedad civil y la política- sino también para hacer realidad la visión de un desarrollo económico global y equitativo.
“Un nuevo pacto global entre el capital y el trabajo” fue el tema del seminario de la fundación Anna Lindh, organizado conjuntamente por el Partido Socialdemócrata Sueco y la Confederación de Sindicatos sueca, que tuvo lugar en Estocolmo en septiembre del 2012. Los debates, que incluyeron a representantes de la política, los agentes sociales y el mundo empresarial, destacó la necesidad de alcanzar un nuevo equilibrio entre la política, el trabajo, el mundo empresarial y el capital con el objetivo de crear un desarrollo sostenible.
“Lo que necesitamos es asegurar un modelo básico universal -un nuevo pacto global entre el capital y el trabajo, que cree los cimientos para un comercio libre y justo, prosperidad compartida y trabajo decente para todos. Y lograr este pacto, va a demandar pasaos tanto a los gobiernos, como al mundo empresarial y a los trabajadores”.
El líder del Partido Socialdemócrata Sueco, Stefan Löfven, en el seminario Anna Lindh, septiembre 2012.
La globalización y el flujo de capitales ofrecen efectivamente una oportunidad para un mayor crecimiento, y por tanto capacidad para aumentar la prosperidad de todos. Sin embargo, un desafío continuo al que todavía nos enfrentamos es mejorar el funcionamiento de los mercados de capitales. Sin una regulación correcta, ni una clara voluntad política, el resultado de un aumento del comercio podrá seguir siendo el crecimiento, aunque no se distribuirá automáticamente de forma equitativa, ni será económicamente eficiente ni sostenible. Dicho de forma simple, la fuerza motriz del capital privado es la maximización de beneficios, y la de la mano de obra es conseguir un mejor nivel de vida. El fuerza que mueva a los Estados debería ser el bienestar de sus ciudadanos y la estabilidad económica. A largo plazo estos actores son interdependientes, ya que los objetivos de cada uno dependen de un crecimiento fuerte y sostenible.
Los gobiernos y los ciudadanos, el capital y la fuerza laboral – todos tienen algo que ganar potencialmente de una economía en crecimiento. Los esfuerzos encaminados a aumentar la productividad, el empleo, la investigación y el desarrollo significan mayores posibilidades de ingresos a través de impuestos y de servicios de bienestar, así como uno un aumento en los beneficios y los salarios.